jueves, 25 de octubre de 2012

Alfonsina Storni, mujer y poeta.

"Un día habré dormido con un sueño tan largo que ni tus besos puedan avivar el letargo. Un día estaré sola, como está la montaña entre el largo desierto y la mar que la baña." 
  

 

Alfonsina Storni, (29 de mayo 1892 - 25 de octubre 1938)

A finales del siglo XIX el matrimonio formado por Alfonso Storni y Paulina Martignoni, ambos de nacionalidad suiza, se unió a la ola de inmigrantes europeos que por ese entonces emigraban a la Argentina en busca de un futuro prometedor. Se instalaron en la ciudad de San Juan y allí nacieron sus dos primeros hijos. Sin embargo, en 1890 decidieron regresar a su país natal y se asentaron en un pequeño pueblo llamado Sala Capriasca, ubicado en la Suiza italiana. Allí nació Alfonsina, el 29 de mayo de 1892. Cuatro años después, la familia decidió viajar de nuevo a San Juan donde residirá hasta 1900, año en que se trasladó a la ciudad de Rosario en busca de nuevas oportunidades.


Alfonsina creció en un ambiente de estrechez económica y por ello, cerca de los once años, tuvo que abandonar sus estudios y ayudar a su madre, en gran medida, por la inestabilidad laboral y emocional de Alfonso Storni. En 1906, cuando muere su padre, Alfonsina entra a trabajar como aprendiza en una fábrica de gorras. Más adelante comienza a trabajar en el teatro y llega a formar parte de la compañía del actor español José Tallaví. De esta forma, desde muy joven adquiere conciencia de que debe trabajar duro para ganarse el pan. Sin embargo, no la abandona su deseo de estudiar y en 1909 se matricula en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales de Coronda, donde también ocupa el cargo de celadora. Al año siguiente obtiene el título de maestra rural e inicia sus prácticas en la ciudad de Rosario.
En esta época empieza a publicar sus primeros poemas en revistas locales pero muy pronto, cuando le faltan pocos meses para cumplir los veinte años, abandona Rosario y toma el tren rumbo a Buenos Aires: embarazada de un hombre casado y veinticuatro años mayor que ella, está decidida a empezar de nuevo en la capital argentina. Desde ese momento hasta su muerte, afrontará la vida como madre soltera pasando por alto los prejuicios morales de una sociedad hipócrita y estrecha.
Durante sus primeros años en Buenos Aires debe ajustar las exigencias domésticas y la crianza de su hijo a su incorporación al mundo literario. En 1916 aparece su primer libro, "La inquietud del rosal"; asimismo, consigue sus primeras colaboraciones literarias en Fray Mocho, Caras y Caretas, El Hogar, Mundo Argentino, que la ayudan a llegar a fin de mes y la estimulan intelectualmente. También establece amistad con reconocidos intelectuales de pensamiento socialista, como Manuel Ugarte y José Ingenieros, y empieza a recitar sus poemas en bibliotecas de barrio.

"El rosal en su inquieto modo de florecer
va quemando la savia que alimenta su ser.
¡Fijaos en las rosas que caen del rosal;
tantas son que la planta morirá de este mal!
El rosal no es adulto y su vida impaciente
se consume al dar flores precipitadamente."


En 1919 se hace cargo de una sección fija en la revista La Nota y más tarde en el periódico La Nación, en las que escribe de las mujeres y del lugar que merecen en la sociedad: «Llegará un día en que las mujeres se atrevan a revelar su interior; este día la moral sufrirá un vuelco; las costumbres cambiarán» (en «Cositas sueltas»). A menudo se refiere, no sin ironía, a la actitud de las mujeres huecas; por ejemplo, en «Diario de una niña inútil» habla de las vidas tediosas y superficiales de las caza-novios. Asimismo, escribe sobre el derecho al voto femenino —que las leyes argentinas no aprobarán hasta el año 1946— y cuestiona las pesadas tradiciones que les impide a la mayoría de mujeres a elegir un camino más allá del matrimonio. De hecho, en sus artículos adopta un periodismo combativo y en más de una ocasión enfatiza que lo primero que se tiene que hacer para cambiar la situación de las mujeres es romper con los tópicos, los arquetipos, los lugares comunes que la sociedad patriarcal espera de ellas y para ello las insta a demostrar que son seres pensantes.
Estas ideas, en la década de los años veinte, y en Hispanoamérica, hicieron que ganara más detractores que admiradores, inclusive entre las mujeres.

A lo largo de estos años, Alfonsina trabaja intensamente: publica poesía, dicta conferencias y se desempeña como profesora en escuelas públicas. A partir de 1926 dispondrá también de una cátedra en el conservatorio de Música y Declamación donde impartirá clases de Arte escénico, mientras que por las noches dará clases de castellano y aritmética en escuelas para adultos.
A mediados los años veinte sufre una crisis de agotamiento físico y emocional debido al exceso de trabajo. Se le recomienda descanso absoluto y así comienzan sus reposos anuales en Mar del Plata y Córdoba. Pero esos reposos duran poco: Alfonsina necesita de su trabajo para vivir y sacar adelante a su hijo. No obstante, a pesar de sus crisis nerviosas y, sobre todo, gracias a su empeño, a finales de la década de los años veinte Alfonsina ha logrado convertirse en una mujer profesional consolidada en el mundo intelectual de Buenos Aires, un mundo dominado por hombres. Por aquel tiempo asiste ya a las reuniones y comidas del grupo Anaconda, con Horacio Quiroga (con quien llegó a compartir una intensa relación), Enrique Amorim, Emilio Centurión, etc. También participa activamente en las tertulias artísticas lideradas por Benito Quinquela Martín en el café Tortoni y en las del grupo Signo, realizadas en el hotel Castelar. En estas últimas conoce a Ramón Gómez de la Serna y a Federico García Lorca; allí también suele divertirse cantando algún tango o jugando al truco con sus amigos.
La obra poética de Alfonsina es el mejor legado para intentar comprender su vida, marcada por la lucha cotidiana. Sin embargo, pasó por un largo proceso de aprendizaje poético para realmente fundir la voz de la mujer moderna que ella era, con la voz interna de sus poemas.  En su primera etapa como poeta Alfonsina  escribió poemas de amor plagados de clichés, es justo decir que estos primeros poemarios nacen, ante todo, de profundos temas humanos, de experiencias vividas; en definitiva, poemas sinceros y autobiográficos (en «La loba», por ejemplo, hace alusión directa a su supuesta maternidad ilícita).  También sobresalen temas transgresores, como el deseo femenino, que le valieron los más duros comentarios por parte de la crítica tradicional, la doble moral a la que está sometida la virginidad de la mujer («Tú me quieres blanca»), la igualdad erótica entre los sexos y el derecho de independencia de ellas («Hombre pequeñito»), la posición subordinada y el legado de silencio heredado por las mujeres («Bien pudiera ser»). Y, por supuesto, su constante obsesión por la muerte («Oh muerte, yo te amo, pero te adoro vida... », nos dice en «Melancolía»).

Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
suelta a tu canario, que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
déjame saltar.


Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
ni me entenderás.


Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
ábreme la jaula que quiero escapar;
hombre pequeñito, te amé un cuarto de ala;
no me pidas más.

Las contradicciones evidentes en estos poemarios tuvieron que ver con aspectos biográficos: aunque para entonces ya era una mujer independiente, también anhelaba ser amada (sus relaciones amorosas siempre fueron malogradas); en pocas palabras, ansiaba ternura y aceptación. El hombre será, en este sentido, el amado enemigo, y la sociedad, una entidad que no alcanzará a comprender su diferencia. Por eso su rebeldía, su subversión, la expresará por medio de la burla y la risa ácida («¿Qué diría?»). Sin embargo, a veces su excesiva sensibilidad traicionará su fortaleza.


¿Qué diría la gente, recortada y vacía,
Si un día fortuito, por ultra fantasía,
Me tiñera el cabello de plateado y violeta,
Usara peplo griego, cambiara la peineta
Por cintillo de flores: miosotis o jazmines,
Cantara por las calles al compás de violines,
O dijera mi verso recorriendo las plazas
Libertado mi gusto de mortales mordazas?
¿Irían a mirarme cubriendo las aceras?
¿Me quemarían como quemaron hechiceras?
¿Campanas tocarían para llamar a misa?
En verdad que pensarlo me da un poco de risa.

Luego de un tiempo en que repartiera sus obligaciones docentes con la crianza de su hijo, un período tranquilo en su vida, las cosas comienzan a cambiar: su primera obra de teatro, El amo del mundo, estrenada en 1927, fue duramente criticada debido, entre otras cosas, a la mala interpretación que se hizo de las ideas feministas expuestas en ella. A los tres días se suspendieron las presentaciones. Por otro lado, desde algunos años atrás, Alfonsina también recibía la crítica de la nueva estética argentina, es decir, los ultraístas en torno a la revista Martín Fierro, liderados nada más y nada menos que por un joven y talentoso Jorge Luis Borges. Los martinfierristas a menudo la tildaron de cursi y se burlaron de ella. Su fracaso teatral y los dardos de la nueva generación de escritores fueron sin duda tragos amargos para Alfonsina.
No volvió a publicar otro poemario hasta 1934, nueve años después de Ocre. En los últimos años se había interesado por autores más contemporáneos y en 1930 y 1932 realizó viajes a Europa que le permitieron conocer el trabajo de la Generación del 27. Pronto descubrió una nueva forma de escribir, una más acorde a sus vaivenes interiores de ese momento. Así encarnó una metamorfosis maravillosa y evolucionó de «poetisa» a «poeta»: al fin la mujer liberada y la autora, ahora libre de su estilo anterior, se mezclaron en una sola voz. 
Cuatro años después, y un mes antes de su muerte, publica Mascarilla y trébol, donde culmina la aventura vanguardista aunque en el fondo de un abismo: en este último libro la realidad aparece rodeada de imágenes oscuras, a veces grotescas. Y esto se comprende teniendo en cuenta el momento biográfico por el que pasaba su autora: en 1935 se le diagnosticó un cáncer de pecho y debió someterse a una operación quirúrgica en la que perdió su seno derecho. El hecho de tener que pasar por una mutilación física para seguir viva, la marcó profundamente. En los dos años siguientes a la operación, presiente la cercanía de la muerte ya que su salud empeora de manera irremediable. Por lo tanto, Mascarilla y trébol, escrito en estado casi de trance ante la certeza de morir, tiene un tono de reconciliada despedida. Pero al mismo tiempo la arrinconan el dolor físico y la desazón anímica. No ayuda para nada que su amigo Horacio Quiroga, la hija de este, Eglé (a quien Alfonsina profesaba un cariño especial), y su enemigo literario, Leopoldo Lugones, hayan decidido quitarse la vida; Quiroga en 1937, Eglé y Lugones unos meses antes que ella.
Alfonsina, por lo visto, consideraba que el suicidio era una elección concedida por el libre albedrío: en un poema dedicado a Quiroga expresa su admiración por la valiente decisión del escritor. 
De esta forma, en octubre de 1938, se marcha a Mar del Plata, supuestamente a descansar. Una noche, después de unas horas de intenso dolor, llama a la asistenta de la pensión donde se hospeda y le dicta una carta para su hijo. En la madrugada del 25 de octubre, Alfonsina, de cuarenta y seis años, bajo una lluvia torrencial, se arroja al mar desde un espigón dejando como testamento un poema, «Voy a dormir», y una carta de despedida a su hijo Alejandro.


"Voy a dormir" 

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara en la cabecera;
una constelación, la que te guste;
todas son buenas, bájala un poquito.

Déjame sola; oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides... Gracias... Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido.


A su amigo Manuel Gálvez le deja unas últimas palabras:


"Querido Gálvez: Estoy muy mal. Por favor... mi hijo... Tiene un puesto municipal, yo otro; ruéguele al Intendente en mi nombre que lo ascienda, acumulándole mi sueldo. Gracias. Adiós. No me olviden. No puedo escribir más. Alfonsina."

Tinta roja. Palabras que se caen hacia la derecha. Líneas muy irregulares. Impresionante documento. "Estoy muy mal"... Y luego las tristes, las dolorosas palabras finales: "Gracias. Adiós. No me olviden. No puedo escribir más."



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Mercedes Sosa canta "Alfonsina y el mar".
Letra: Félix Luna.
Música: Ariel Ramírez.


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martes, 16 de octubre de 2012

Fiestas populares: CASABINDO, Toreo de la Vincha.


La mercadotecnia promueve multiplicidad de festejos de todo tipo: el día de la amistad, de la madre, del padre, del compadre, del abuelo, y de cuanto pretexto venga  a la mente para motivarnos a consumir. 
No obstante, no todas las fiestas son producto de la mercadotecnia. Hay algunas que proceden de tradiciones antiguas y que poseen un significado propio y fomentan las identidades colectivas.


 Una Fiesta Popular es un hecho cultural colectivo que evoca un ser o un acontecimiento sagrado o profano a través de ceremonias, rituales, festejos o actos conmemorativos. La fiesta es transmitida por tradición, tiene permanencia y evoluciona en el tiempo, y la sociedad que la celebra la dota de significados. Por su parte, un Festival es entendido como un acontecimiento artístico o folklórico que rescata y difunde expresiones culturales y tradiciones populares. Fiesta o Festival, -sean artísticos, folklóricos, patrios o religiosos-, siempre se trata de una celebración colectiva, en donde las creencias, los valores, los sabores, la memoria y la historia local salen a relucir con ritmo festivo.

 De ahí el significativo valor cultural de estas celebraciones, las cuales, desde la “Convención para la salvaguardia del patrimonio mundial inmaterial”, adoptada por la Conferencia General de UNESCO en 2003, son consideradas como parte central del patrimonio inmaterial de un pueblo.


 Conjuntamente a su trascendencia cultural, las festividades populares contribuyen de manera directa a la economía cultural, ya que en toda fiesta los elementos propios de las celebraciones o actos conmemorativos se entremezclan con actividades asociadas:  presentaciones, exposiciones, concursos, bailes, festivales gastronómicos, venta de artesanías, reinados de belleza, juegos pirotécnicos y cabalgatas. Además, en muchos casos, se constituyen como fuertes atractivos para el turismo cultural. Por todos estos motivos, las Fiestas Populares son materia de interés para la cultura, el turismo y la economía.


Como ejemplo, quiero traerles sólo una de las tantas festividades que se celebran anualmente en el norte de la República Argentina:



 CASABINDO 

El pueblito puneño Casabindo (a 120 Kms de Abra Pampa, Jujuy, Norte de Argentina, y a 3600 mts sobre el nivel del mar) está de fiesta una vez al año. El 15 de agosto sus calles se alegran porque atrae la atención de lugareños y forasteros que quieren celebrar la Asunción de la Santísima Virgen María, Patrona del lugar. Su iglesia es enorme en comparación con la aldea, sus cimientos datan de 1690 aunque casi todo el edificio actual data de 1722 cuando Deán Gregorio Funes impulsó su concreción; el templo se conserva casi exactamente como en S XVIII, posee una bóveda en forma medio cañón, y en una de sus campanas de bronce tiene grabado el año de su fundición (1722). Por su importancia histórica y edilicia  es llamada «La catedral de la Puna».
En el pueblo de 150 habitantes se prepara la Fiesta dedicada a la Santísima Virgen en su fiesta litúrgica. Las campanas, las bombas y el bombo anuncian, a la madrugada del día 15, la fiesta esperada.
 Desde el alba la Iglesia está llena de fieles para la Primera misa de comunión. Terminada la misa, la procesión dará vuelta a la "plaza de toros", deteniéndose en las "posas" para incensar las imágenes. La variedad de colores cálidos de los vestidos y ponchos, de los arcos de las andas y de los arreglos de las imágenes, rompe la monotonía del rojizo dominante en el paisaje y del color tierra de las construcciones de adobe. Solamente el mediodía pone una pausa en la intensidad de la fiesta casabindeña, ya que después del almuerzo, se sigue festejando.
 Y así se llega al toreo...

Toreo de la vincha.

El evento puede congregar hasta 4000 personas, provenientes de todo el país y el extranjero. Cabe destacarse que es el único toreo incruento de Sudamérica, y es también el único de su naturaleza en todo el territorio de la República Argentina.
Desde el comienzo de la tarde, Casabindo vive pendiente de lo que sucederá frente a la Iglesia, en "la plaza de toros" y con la imagen de la Virgen en la puerta, como bella espectadora divina. Comenzará lo imprevisto y lo improvisado, cualquiera será torero para cualquier torito. Se necesita únicamente uno dosis de valor y agilidad. La meta es arrebatar de entre los cuernos del animal una cinta roja con monedas de plata antigua que lleva atada a los mismos. Es la misma cinta roja que estuvo a los pies de la imagen de la Santísima Virgen durante la procesión.



La jornada termina con un baile popular, seguido de cantada y ronda con caja, Erke, y quena.

Después de haber soportado los 13 grados bajo cero de la mañana, el sol picante y el viento de la tarde, la inmensidad y la melancolía de Los Andes vuelven a sacar más preguntas que conclusiones.
En Casabindo no hay hoteles de lujo, no hay lujosos restaurantes, ni mucho menos teléfonos ni señales para los celulares. No hay sombras, ni gradas techadas y todo se desarrolla en una armoniosa anarquía, paciente, lenta al ritmo de lo que sólo son testigos los pueblos pequeños. ¿Cómo es posible que venga tanta gente?
Lo único que saben los lugareños es que mañana todo volverá a la normalidad, al silencio, a la tranquilidad y la soledad.






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En todas partes, en cada país, existen fiestas con colores y sonidos propios de cada región.

Los convidé a conocer el Toreo de Casabindo, y ahora los invito a contarnos tradiciones y festejos conocidos por ustedes, para ahondar en la cultura popular de nuestras tierras.

Un abrazo a todos!!!